De verdad lo he intentado. Dejando de hacer nada, haciendo todo y volviéndome al vacío de las ferias del alma. He cruzado océanos con el pensamiento, en las ausencias, en las distancias, en las rudas alboradas de la carne, por el sexo crucificado y ajeno. Con hielo y sal en las venas, huérfanas de abrazos. Sobre la piel, el sello de la soledad ha tatuado un nombre y otro rostro me espera, doblando las esquinas de mi cuerpo. En el intento de apiadarme es donde he perdido la razón, la causa, el justificado perdón. Más fácil es vagar fuera de mi, que hallar en el espejo, la oscura y repentina convicción que el amor… es una herida incalculable.